La semana comienza en clima de agradecimiento y consolación. La elección del Padre General nos ha permitido sentir con los primeros compañeros y saborear lo mejor de nuestra herencia Ignaciana.

Las deliberaciones de los primeros padres de 1539 (DPP1:3) nos dice: la primera noche que nos reunimos se propuso la siguiente duda: si convendría más que después de haber ofrecido y dedicado nuestras personas y vida a Cristo Nuestro Señor y a su verdadero y legítimo Vicario… que estuviéramos de tal modo unidos o ligados entre nosotros formando un solo cuerpo, que ninguna división corporal, por grande que fuese, nos separara; o si quizá no conviniera de este modo. Las deliberaciones confirmaron que no se debía romper la unión y la congregación hecha por Dios, sino más bien confirmarla y asegurarla cada día más.

En la última semana nos hemos detenido para cuidar de nuestro cuerpo apostólico y asegurar el bien de nuestro Instituto. El proceso de elección ha sido una palabra evangélica: silencio, escucha, oración y reflexión. Hemos dialogado con muchos compañeros para dejar que la diversidad y la multiculturalidad de la Compañía entre en nuestro pequeño corazón y se ensanche el horizonte de nuestra mirada. Se va descubriendo esa gracia en uno, en la medida en que crecía en nosotros la “indiferencia ignaciana”. Por nuestro ruido interior y activismo algunos hemos llegado a la CG con nombres, prejuicios, y consideraciones previas que se fueron desvaneciendo en la medida en que nos sumergimos en la escucha atenta de los compañeros. El mismo proceso se encargó de vaciarnos de nuestro propio querer, amor e interés e introducirnos en la voluntad del Padre.

La elección nos ha dejado a todos muy consolados. Se sintió en medio del aula y también en la eucaristía de acción de gracias que celebramos el sábado en la mañana. Es un regalo ver como, al igual que los primeros compañeros, queremos cuidar unos de otros por el bien de nuestra misión. No importa en que parte del mundo Cristo Jesús nos invita a servir, queremos sentir la comunión y el cuidado por nuestro Instituto. El Padre General es para nosotros otro Ignacio que nos invita a sentirnos cuerpo en medio de la diversidad, a vivir en comunión en medio de la dispersión, a confiar unos en otros y aprender a querernos con nuestras originalidades. Hoy una vez más, le damos gracias a Ignacio y los primeros compañeros por formar este cuerpo al servicio del pueblo de Dios, gracias por sus deliberaciones de 1539 que vieron la importancia de cuidar unos de otros para que con vigor y fortaleza podamos dispersarnos por todo el mundo y servir bajo la bandera de Cristo.

Gracias Arturo por acoger esta invitación de Dios y cuidar de nosotros y de la misión que Cristo nos confía. En el día de ayer un grupo de congregados fuimos a Asís, tierra de San Francisco, para colocar tu servicio y el nuevo gobierno de la Compañía a los pies del pequeño que se hizo grande por su fidelidad incondicional a Jesús y su Reino.

Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor, y no reflejan necesariamente la opinión de la congregación general o de la Compañía de Jesús.