Los medios de Comunicación confiados a los Jesuitas en República Dominicana aportan al fortalecimiento de la sociedad contribuyendo con la formación de ciudadanía, el cuidado del medio ambiente, los derechos humanos, la educación para la salud y la educación vial, mediante programas no formales y formales como las Escuelas Radiofónicas Santa María. A partir de estas líneas estratégicas contribuyen con la Cultura de Paz en un mundo cambiante. Sobre el particular te compartimos este breve texto escrito por José Feliciano Pérez Sánchez.

1.-UN MUNDO EN CAMBIO
1.1. Aunque reconozcamos debidamente los logros intelectuales, espirituales y prácticos que han redundado en beneficio de la humanidad, también debemos admitir abiertamente los males del presente y los peligros del futuro. Las disparidades cada vez mayores que existen entre países ricos y países pobres y entre las personas, la destrucción constante del medio ambiente y, al mismo tiempo, la prosperidad de la industria militar y el comercio de armas son asuntos que hacen dudar de muchos de los valores y normas del desarrollo de la civilización y que contribuyen a crear paulatinamente un ambiente de depresión, intolerancia y violencia en los países más pobres y en los sectores más desfavorecidos de la población.
1.2. El progreso, que en muchos aspectos ha hecho que la vida humana sea más cómoda y atractiva en apariencia, la ha vaciado a la vez de su contenido, normalizando y uniformizando no sólo el estilo de vida de la gente, sino también su manera de pensar, al crear una “sociedad de consumo” y una “cultura de masas”. En algún punto el progreso ha perdido en este proceso sus orientaciones y sus valores, olvidando que su objetivo principal es el ser humano y que si se lo destruye, se pone fin al propio progreso.
1.3. En el mundo global y abierto en que vivimos, circunstancias nuevas imponen nuevas reglas de conducta, ya que en una situación de interdependencia creciente entre los individuos y los pueblos no se puede obtener una ventaja unilateral para sí mismo a expensas de otro sin causar en última instancia un perjuicio, tanto a uno mismo como a la comunidad internacional en su conjunto. No se puede construir una paz sólidamente sin justicia y desarrollo sostenible, ni una paz duradera sin respeto de la dignidad humana y los derechos humanos.
Según cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en 1960 al 20% más pobre de la población del planeta correspondía 2,3% de la renta mundial, proporción que en 1997 se había reducido a 1,1%. De acuerdo con los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 250 millones de niños de edades comprendidas entre los 5 y los 14 años se ven obligados a trabajar, la mitad de ellos en jornada laboral completa.
1.4. Después de la Guerra Fría, la violencia ha adoptado una nueva faz a escala mundial. La confrontación entre superpotencias ya no es la cuestión central. Actualmente, la violencia dentro de las naciones eclipsa a la violencia entre los países.
Esta violencia dentro de la sociedad no siempre está confinada a las fronteras nacionales. Como demuestran las experiencias en Rwanda, Burundi, la República del Congo, Sri Lanka y los Balcanes, la violencia dentro de la sociedad puede fácilmente desbordar las comunidades y los límites arrastrando a las regiones al conflicto entre sociedades. En el mundo actual, hay 3.500 grupos de población que se califican de “naciones” en tanto que sólo 185 de esos grupos están activamente reconocidos como “estados nación” por la comunidad internacional. El potencial de conflicto entre sociedades y dentro de ellas es enorme y constituye una razón de ser poderosa para el fomento enérgico de una Cultura de Paz.
1.5. América Latina ha sido, durante cinco siglos, escenario de un choque permanente de pueblos a la vez violento y genésico cuyo fruto son estas culturas mestizas y peregrinas que al decir de Carlos Fuentes “constituyen nuestra mayor esperanza”. Pero la integración social y la dignidad plena de las minorías ya sean aborígenes, mujeres, niños o grupos religiosos es una de las asignaturas pendientes de la democracia en este continente. En cierto sentido todos somos hijos de conquistados y conquistadores, de quienes llegaban y de quienes aquí estaban desde hacía siglos. De nada sirve intentar cambiar el pasado, lo urgente es transformar el presente como único patrimonio aún intacto. Podemos decir que el pasado sólo puede describirse, en cambio todos debemos contribuir a escribir el futuro de otro modo. “Ya no calienta el fuego de ayer ni el de hoy; tendremos que hacer fuego nuevo”, ha escrito el poeta catalán Miguel Martí Pol, tendremos que reavivar y dar sentido a esta nueva etapa de nuestro cotidiano vivir, en medio de una sociedad fría e insensible, a muchos de los retos que nos planteamos para el futuro.
1.6. Otra forma de violencia cuya amenaza se cierne sobre todos es la ejercida por los seres humanos contra la naturaleza. Al ser humano del siglo XX se le ha olvidado que pertenece a una comunidad de vida, de la cual depende para sobrevivir. Una cultura de paz debe aceptar que la Tierra, la Pacha Mama de nuestros indígenas, también tiene derechos, junto con todas las especies animales y vegetales.
1.7. Otros factores importantes son el desarrollo económico sostenible, las soluciones para el número creciente de refugiados y el fomento de las relaciones internacionales entre los países.
1.8 Las herramientas del pasado utilizadas por las naciones para resolver los conflictos ya no son apropiadas ni suficientes en este nuevo ambiente mundial. El poder militar está considerablemente limitado cuando se trata de detener la violencia en sus manifestaciones actuales.
Así pues, el desafío hoy es evitar la violencia, descubriendo y extirpando sus raíces. Es mucho más humano y eficaz prevenir los conflictos que atajarlos. Esto significa que los valores, actitudes y comportamientos que se han ido arraigando bajo la influencia de la cultura de guerra deben transformarse en otros nuevos, favorables a una cultura de paz. Significa que se debe pasar de la lógica de la fuerza y el miedo a una lógica de razón y amor, basada en el respeto a la dignidad de las personas y de los pueblos, la libertad y la democracia, la justicia y el desarrollo sostenible y el respeto a los derechos de la Tierra.
La intolerancia suele tener sus raíces en la ignorancia y el temor: a lo desconocido, al “otro”, a otras culturas, religiones y naciones. La intolerancia está también estrechamente ligada a un sentimiento exacerbado de autoestima y orgullo, nociones enseñadas y aprendidas a edad temprana. Por tanto, en los próximos años debemos hacer hincapié en educar a los niños acerca de la tolerancia, los derechos humanos y las libertades fundamentales, sin olvidar que la educación no termina en el aula, y que los adultos -en primer lugar como personas capaces de cometer actos de intolerancia, pero sobre todo en su calidad de padres, legisladores y encargados de la aplicación de la ley- también han de estar entre los principales destinatarios de nuestros esfuerzos educativos.
“En la sociedad global de nuestros días, la tolerancia se convierte no sólo en una virtud, sino también en un requisito para la supervivencia de la humanidad. La tolerancia es la comprensión y el respeto de las culturas, creencias y estilos de vida de los demás. La tolerancia es la aceptación de las diferencias que existen dentro de nuestras sociedades y entre nuestras culturas. La tolerancia es una actitud que considera la diversidad del mundo como parte de nuestro patrimonio común”. (Conclusiones del Fórum Internacional de Tiflis, 1995, “Por la Solidaridad contra la Intolerancia, por un Diálogo Cultural” )

José Feliciano Pérez Sánchez