La espiritualidad ignaciana es mi vida actual y no puedo separarla de todo mi hacer cotidiano, ni de mi propia historia. Puedo afirmar que es un modo de relacionarme con la realidad, con las personas, con Dios y conmigo misma; un modo que se ha hecho proceso a lo largo de mi historia personal: cambiando según las vivencias, evolucionando en tanto la he ido aprehendiendo, y profundizando con el estudio.
Como laica, no he contado con el apoyo de una infraestructura que me facilite tiempos para la oración o para el estudio; he tenido que hacer grandes esfuerzos para encontrarlos entre las múltiples actividades que he desempeñando a lo largo de los años, pero han valido la pena. Los laicos, por lo general, tampoco contamos con una infraestructura económica que nos permita dedicarnos a hacer el bien, sin preocuparnos de qué comeré, dónde viviré y con qué vestiré (y más, si hay hijos.) Sin embargo, el goce enorme de los encuentros amorosos con Dios, a través de la oración, ha hecho que busque y descubra esos tiempos tan necesarios y enriquecedores.
Mirando al pasado, puedo decir con satisfacción que logré un cierto equilibrio, entre muchas tensiones, para integrar y desarrollar mis distintas dimensiones humanas, junto con los variados roles que he jugado a través de los años: mujer, hija, hermana de 6, amiga, madre de 4, esposa de 1, académica (investigadora, maestra de cientos y administradora), abuela de 5, acompañante de Ejercicios Espirituales, facilitadora de retiros, maestra en temas de espiritualidad, entre otros.
Desde adolescente tuve grandes deseos de Dios. Muchas veces me he preguntado ¿de dónde vienen esos deseos? Me explico a mí misma que tengo nostalgia de Dios, es como si en el fondo de mi alma estuviera inscrita la huella de una experiencia de unión total con la divinidad y por ello constantemente busco recuperar esa relación que me hace sentir plena.
Las vivencias de ayudar a otros fueron decisivas. Era catequista a los 12 años y a los 15 formaba parte de una organización de jóvenes, en la cual realizábamos varias obras en colonias marginadas, como alfabetizar, catequizar o lo que se necesitara. También colaboré como voluntaria en un dispensario y como estaba tan convencida de que ayudar a otros favorecía la “construcción del Reino”, invitaba a mis amigos y amigas a que también colaboraran .Y hasta el día de hoy sigo realizando trabajo voluntario y motivando a otros a que regalen un poco de su tiempo porque la necesidad es grande…y mucho recibe el que nada espera.
PARA LEER ARTÍCULO COMPLETO