Tercera Prioridad

P. Carlos Palacio, Sj

La formulación de la tercera prioridad es lacónica: “Diálogo Fe y Culturas”. Sobriedad peligrosa que puede convertirse en trampa: lo que está en juego en esa formulación no es evidente. Sin embargo puede leerse también como provocación que nos desafía a descubrir lo que tiene de decisivo ese encuentro-confrontación entre la fe cristiana y las culturas.
La prioridad nos sitúa dentro de lo que la CG 35 llamó “construir puentes en situaciones de frontera” (D. 3, 17), como algo constitutivo de nuestra misión y como exigencia inherente a todos nuestros ministerios. Puentes que acercan y nos ponen en contacto con el “diferente”, el “otro”, el “extranjero”, tanto desde el punto de vista social (ricos y pobres), como cultural (otros pueblos y culturas) o religioso (otras religiones o los sin religión).
El subtítulo delimita y contextualiza la prioridad. Se trata del diálogo “entre la fe y las culturas en América Latina y en el Caribe, con particular atención a la cultura global”. La ‘cultura’ (en singular en el título) se transforma en ‘culturas’ en plural (de América Latina y Caribe). Con un rasgo que lo hace más complejo: en medio de esas culturas se reconoce la presencia de lo que se denomina una ‘cultura global’. Hay, por tanto, diferentes niveles en ese diálogo. ¿Cuál es el cometido de la fe en ese contexto: dialogar con cada cultura por separado o entrar en el diálogo común de esa compleja situación cultural?
Los tres elementos en cuestión son, pues, diálogo, fe y cultura/s. Es conveniente explicitar mejor cada uno de ellos para no dar por supuesto que se trata de cosas evidentes. ¿Dónde está la novedad de esta prioridad?

El verdadero diálogo presupone la experiencia humana del encuentro; experiencia apasionante y amenazadora, porque toca el núcleo de la propia identidad (personal, étnica, socio-cultural, religiosa, etc.). De algún modo, todo encuentro es confrontación: el ‘otro’ representa siempre la ‘diferencia’, es decir, lo que divide, lo que separa. Hay que hacer un largo camino hasta descubrir que la diversidad, en vez de separar, puede unir y enriquecer.
Esa experiencia, a nivel de las relaciones personales y cotidianas, se verifica igualmente a nivel socio-cultural (relaciones entre grupos, pueblos y culturas), a nivel étnico, y a nivel religioso (diálogo inter-religioso). En todos ellos, dialogar es aprender a ‘construir puentes’ (un ir y venir a través de la palabra: dia-logos) que nos hace salir de los límites habituales y nos acerca a los ‘otros’, creando puentes de comprensión y de mutua escucha.
Por fe se entiende el acontecimiento que surge en torno a Jesucristo (fe cristiana), que da lugar a la comunidad de los “con Jesús” (Iglesia) y conlleva la exigencia de ser comunicado y anunciado como una ‘buena noticia’ para todo ser humano. En el lenguaje de la Compañía hoy es la misión como “servicio de la fe y promoción de la justicia”. El anuncio de la comunidad cristiana tiene que situarse y realizarse dentro de la realidad social y cultural en la que se encuentra.
Cultura es la principal riqueza de cada pueblo, el ‘tesoro’ que asegura su identidad (valores, instituciones, modo de vida, lengua, religión, etc.) y le confiere su especificidad. Es la fuente de su riqueza humana, que no se confunde con las mercancías.
El encuentro entre las diferentes culturas es algo relativamente reciente, fruto de la agilidad de los medios de transporte y de comunicación. Antes de esa revolución tecnológica las culturas vivían aisladas en sí mismas, tendiendo a hacer de su cosmovisión el horizonte único y universal. Esa situación cambió a medida que los intercambios (migraciones, conocimientos, etc.) acercaron entre sí las diferentes culturas como realidades irreductibles.
Se necesitaron varios siglos para que la llamada ‘cultura occidental’ tomara conciencia de no ser la única ni la mejor. Apenas una entre otras. Pero con una diferencia fundamental: dominada por la ciencia y apoyada en la fuerza práctica de la razón técnico-instrumental, la cultura occidental se extendió por el mundo como cultura globalizante, sobretodo bajo la forma de la economía. Esa globalización del mercado financiero originó una interdependencia entre los pueblos que afecta a las culturas. La ‘cultura occidental’ se volvió una cultura mundial, dominante y dominadora, cuya tendencia es homogeneizar y asimilar, de manera reductora, las otras culturas.
¿Por qué resulta difícil para la fe cristiana dialogar en ese contexto? Porque a partir del siglo IV la fe cristiana se identificó en la práctica con la cultura occidental. El encuentro con otras culturas le exige hoy la ‘des-occidentalización’ como condición para el diálogo. Por otra parte, el diálogo actual se da en un espacio público,  en cierto sentido neutro, muy diferente de lo que era la sociedad en la llamada ‘cristiandad occidental’. Algo nuevo para la Iglesia.
En nuestros países también la sociedad moderna es ‘secularizada’ y el Estado ‘laico’; la igualdad de las personas, culturas y religiones es el presupuesto fundamental; la convivencia social solo se puede construir a través de la búsqueda de ‘consensos’; en ese diálogo, el peso de cada interlocutor está en la fuerza de convicción y de atracción de su propuesta. Situación inédita que exige de la fe cristiana un profundo cambio de mentalidad y de actitudes.
Paradójicamente este contexto nos devuelve a lo que fue la situación de la Iglesia en los orígenes. En los ‘areópagos’ de la época, no podía imponerse la fe cristiana; tenía que ser propuesta; y solo podía ofrecer sentido a los interlocutores presentando “las razones de nuestra esperanza” (1 Pe 3, 15). La Compañía de Jesús, en su misión evangelizadora, tuvo desde el inicio la misma actitud (cfr. Ricci, de Nobili, la experiencia de las ‘reducciones’, etc.).
La prioridad es una invitación a superar esa larga amnesia histórica y recuperar ese estilo de anunciar el evangelio. ¿Cuál es el cometido de la fe cristiana en ese contexto? ¿Dialogar con las culturas autóctonas? ¿Distancia crítica con respecto a la cultura occidental? ¿Ser mediadora del diálogo entre las culturas de  nuestros países y la cultura occidental? Esos diversos aspectos son, al mismo tiempo, parte integrante del ‘diálogo fe y cultura’. La experiencia irá enseñando a construir puentes “de comprensión y diálogo”, y pasar del ‘diálogo fe y cultura’ a una ‘cultura del diálogo’ como modo permanente de hacer público y transmitir a la sociedad el esplendor del evangelio. El camino de la fe cristiana no puede ser la ‘conquista’; en el ‘areópago’ de la sociedad actual, la fe cristiana solo encontrará su lugar presentándose como ‘propuesta’ sensata, que ayuda a construir con sentido la sociedad y la cultura.