Comentario al Evangelio de hoy jueves, 10 de agosto de 2017
jueves, 10 de agosto de 2017
¡Qué importante es la fiesta de este día para redescubrir la verdadera esencia de la Iglesia de Roma! Aquella comunidad cristiana sufrió un terrible golpe el 6 de agosto del 258. La policía imperial asesinó al Papa Sixto II con cuatro de sus diáconos, mientras celebraba la Eucaristía en uno de los cementerios cristianos. Uno de los diáconos supervivientes (¡eran siete!), encargado de la economía de la Iglesia, era Lorenzo. El alcalde de Roma quiso confiscar todos los bienes de la comunidad cristiana y le pidió que los reuniese. Durante tres días se dedicó Lorenzo a repartir todos los bienes eclesiásticos entre los más pobres, vendiendo cálices, candeleros… Cuando el alcalde fue a recoger los bienes, se encontró con un gran grupo de pobres, que Lorenzo había reunido. Y Lorenzo le dijo: «¡Estos son los tesoros de la Iglesia!». El alcalde despechado, decidió darle muerte lenta, quemándolo vivo tal día como hoy del año 258. Nos ha llegado esta tradición a través de los escritos de san Ambrosio, san Agustín, el poeta Prudencio y una inscripción del papa Dámaso.
Más allá de la verosimilitud histórica de todo el relato, resalta sobre todo la conciencia de que los bienes de la Iglesia son para los pobres y no los pobres para los bienes de la Iglesia. El gesto profético del diácono Lorenzo queda ahí como memorial permanente de la primacía de los pobres en la Iglesia de Roma sobre cualquier acumulación de bienes.
Las lecturas de esta fiesta nos sitúan ante la pobreza del mundo, de nuestros hermanos, y nos piden «generosidad». Pablo quiso inculcar en la comunidad cristiana la importancia que tiene el dar con generosidad y no con tacañería. Para él, lo que se entrega generosamente es semilla que da fruto. El egoismo económico es, sin embargo, esterilidad. Jesús mismo nos dijo, que si el grano de trigo no cae y muere no produce fruto. La generosidad es la fuente de la multiplicación. La generosidad de Jesús fue palmaria: siendo rico, por nosotros se hizo pobre. En sus manos todo, todo, se multiplicaba: el vino, el pan, sus milagros.
Resulta sorprendente la generosidad de Lorenzo y la autoridad que manifiesta al desprender a la Iglesia de Roma de todos sus bienes para dárselos a los más pobres. Se trata de un gesto profético que hoy nos parecería una locura en cualquier Iglesia en que se repitiera. 
¿Creemos de verdad que los tesoros de la iglesia son los pobres? ¿Merecen ellos todo nuestro cuidado, atención y vigilancia?
Lorenzo, diácono de la Iglesia, que el Espíritu profético que se apoderó de tí, en tu martirio, transforme nuestra tacañería en generosidad, nuestra posesión en desprendimiento, nuestras fijación en las instituciones en amor y desvelos por las personas, nuestra búsqueda del aprecio de los poderosos y ricos en amor y donación a los más pobres y desfavorecidos.

Fuente: www.ciudadredond.org