El día 20 de mayo iniciamos el año ignaciano. Ese día el padre General estuvo presente en el acto solemne de Inauguración en Pamplona, lugar donde Iñigo de Loyola cayó herido por la bala de un cañón hace medio milenio.

En la Provincia de las Antillas, iniciamos el año ignaciano recordando al caballero herido, que cayó en Pamplona, fue llevado en una litera a Loyola y se recuperaba lentamente en la casa torre de su familia. El tema de la herida nos acompañará en este tiempo.

No somos héroes invulnerables, como nos lo presentan muchas películas. Vemos como un protagonista lucha con sus puños contra cuatro enemigos fuertemente armados y después de vencerlos a todos sale sin un rasguño de la batalla.

Nuestra vida es diferente. No saldremos ilesos de la batalla. No podemos apartarnos del mundo y cercarnos en nosotros mismos para no ser heridos. Siendo joven me enseñaron en la oración de los boy scouts:
Señor, enséñame a ser generoso, a servirte como lo mereces, a dar sin medida, a combatir sin miedo a que me hieran, a trabajar sin descanso y a no buscar más recompensa que el saber que hago Tu santa voluntad.
Es una oración totalmente empapada de la espiritualidad ignaciana. En el día de hoy no solo quisiera rezar: “Enséñame combatir sin miedo a que me hieran”, sino también: “Enséñame amar sin miedo que me hieran”. Si quisiéramos amar sin disposición de ser heridos, nunca amaríamos de verdad.
Ignacio era un gran amante. Antes de su conversión estaba locamente enamorado de su gloria, de sus sueños de grandeza y delirios de éxito. Después de su conversión amaba aún más a Dios y a los seres humanos y a toda su creación. Por esto siguió siendo un hombre vulnerable. Pedimos la Señor en este año la gracia de ser vulnerables, la gracia de ser heridos por el amor, y la gracia de encontrar en cada herida la oportunidad de amar más.

P. Martin Lenk, SJ
Provincial