Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,1-12):

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

Palabra del Señor

COMENTARIO
Por P. Alberto García Sánchez, SJ

En esta fiesta de todos los santos me gustaría
reflexionar con ustedes sobre el significado
de la santidad. La Iglesia reúne en
una sola fiesta a todos los santos y santas
que aparecen en el calendario litúrgico a lo
largo del año. Estos son los santos que ha
reconocido como personas que vivieron a
plenitud las propuestas de Jesús. Se habla
de virtudes heroicas, una vida fuera de lo
común, más allá de lo que se espera de
todo cristiano.
Pero, en un sentido
más amplio, celebra también
a una multitud innumerable
de personas que
no aparecen en los misales.
Son los santos anónimos.
Hombres y mujeres
que fueron (y que son,
los que todavía no han muerto) ejemplos
a imitar.
Y, ampliando todavía más el horizonte,
la Iglesia nos incluye a todos los seguidores
de Jesús. Los que estamos llamados a
ser santos.
Una persona no es santa porque no
cometa pecados. Fuera de la Virgen María,
los santos y santas fueron pecadores,
como nosotros. La diferencia está en que
las personas santas se atrevieron a creer
mejor que nosotros en la inagotable bondad
de Dios.
El evangelio de las bienaventuranzas,
tomado del comienzo del sermón del monte,
nos presenta un retrato de Jesús, el santo
por excelencia. Él es el pobre de espíritu,
el manso, el que tiene hambre y sed de
justicia, el misericordioso, etc. La primera
bienaventuranza, “Dichosos los pobres de
espíritu”, resume todas. Pobre de espíritu
es la persona que lo recibe todo de Dios
como regalo. No es a la que le faltan cosas;
es a la que le sobran cosas
porque ha recibido lo
esencial. Este es el significado
de la santidad.
La fiesta de hoy encierra
también un mensaje
adicional, consolador.
Nos recuerda la doctrina
de la comunión de los
santos. Formamos una gran familia llamada
a la santidad. El esfuerzo de cada persona
por vivir las bienaventuranzas enriquece la
familia de los santos.
Aunque el día de mañana recordaremos
a nuestros difuntos, hoy también los celebramos
como los que fueron por delante,
animándonos y haciendo camino en seguimiento
de Jesús.
Al releer en el día de hoy el texto de las
Bienaventuranzas, pedimos al mismo Jesús
que nos las explique. La primera y la última
nos recuerdan que ya desde ahora, en el presente,
se nos regala el Reino de los cielos.