Según el Papa Francisco, es necesario, antes, sacar el veneno de nuestros juicios y hablar de los demás como de hermanos y hermanas.
En los últimos años, términos como «post-verdad» y fake news (noticias falsas) han ganado espacio en los medios y en el debate político en Brasil y en el mundo. El escenario de la comunicación parece caótico, para muchas personas. Las redes sociales digitales exponen la circulación de informaciones, no siempre exactas y verdaderas, promoviendo una diseminación de noticias falsas. Todo esto ocurre en un contexto marcado por la llamada crisis del periodismo, con la pérdida de público, de poder y de credibilidad por parte de los «grandes medios». Cuando las instituciones sociales -como la prensa y las concesiones públicas de radio y televisión- que deberían proveer a la sociedad en general informaciones verídicas caen en el mero sensacionalismo, en el partidismo y en el «vale-todo» por la audiencia, es justo y necesario que las personas busquen otras fuentes de información. La cuestión, sin embargo, es cómo las personas, hoy, eligen esas fuentes y cómo juzgan esas informaciones, a partir de qué criterios y según qué deseos, intereses y necesidades.
Las llamadas redes sociales digitales, como Facebook, Instagram, Twitter, y plataformas como Amazon, Google, Netflix, WhatsApp, son hoy, a menudo, la «fuente de la información» sobre la realidad para un número cada vez mayor de personas, mucho más que la televisión, la radio y la prensa. También son el «ambiente de convivencia» entre familiares, amigos y compañeros de trabajo, por donde circulan más las informaciones relevantes para el día a día de cada persona. En estos ambientes, centrados en la relación entre personas que generalmente ya se conocen, pueden formarse con más facilidad las llamadas «burbujas de información», en las que cada uno busca rodearse sólo de fuentes y contenidos que refuercen sus convicciones personales. La diferencia y lo diferente, así, pueden desaparecer del horizonte. Impera el «más del mismo». Y los algoritmos de cada plataforma, a su vez, refuerzan aún más esta característica de las redes digitales.
Tales empresas controlan cantidades gigantes de datos sobre los usuarios de sus servicios. E, incluso sin darse cuenta, las personas acaban «trabajando» voluntariamente para esas plataformas, pues les ofrecen, gratuitamente y constantemente, mucha información sobre sus vidas cotidianas, al intercambiar textos, audios y fotos. Incluso cuando las personas sólo «navegan» y «zapping» en tales plataformas, sus rastros digitales son continuamente acompañados por esas empresas, sirviendo para el perfeccionamiento de sus servicios y la venta de publicidad.
Hoy, por lo tanto, la información no es más sinónimo de poder, pues prácticamente cualquier persona puede tener acceso a ellas, en un clic de botones. El poder está en quien maneja la información. Cuando entregamos ese poder de gestión sobre nuestra información personal a tales conglomerados informativos y mediáticos, estamos abriendo una importante parte de responsabilidad sobre nuestra propia vida.
Por eso, «formar para la información» se volvió imperativo. Es decir, posibilitar que las personas puedan construir las competencias necesarias – desde la infancia, por ejemplo, en las escuelas – para lidiar con el mundo de informaciones contemporáneas, sin quedar sobrecargadas, desorientadas, inertes o indiferentes ante esta realidad tan compleja.
También es necesario «concientizar para la comunicación». A comenzar por las propias empresas mediáticas, para que refuercen su postura ética y eviten la producción y la divulgación de toda mala información. Incluso con fines financieros, el beneficio y los intereses corporativos no pueden llevar la mejor en relación con la responsabilidad pública de dichas empresas. Por otro lado, a nivel personal, cada persona tiene la responsabilidad de discernir la veracidad y la falsedad que se acecha en un panorama mediático complejo, para no caer en trampas informacionales, ni posibilitar que otros caigan en ellas.
«Informar es formar, es lidiar con la vida de las personas», afirma el Papa en su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año. Por eso, reitera la importancia de quien asume la comunicación como profesión, es decir, el periodista, llamado por el pontífice de «guardián de las noticias». En la visión del Papa, la noticia es un tesoro que enriquece a toda la sociedad, no sólo una mercancía para enriquecer a las empresas que la producen. De acuerdo con Francisco, en el centro de las noticias, deben estar las personas. Cuando la noticia es vista como riqueza social (y no como mero negocio corporativo), estamos ante un buen camino para redescubrir el valor del periodismo hoy. Un «periodismo de paz» es aquel que es «hecho por personas para las personas y considerado como servicio a todas las personas, especialmente a aquellas – y en el mundo, son la mayoría – que no tienen voz», afirma el Papa.
Y aquí la Iglesia tiene un papel pedagógico y formativo muy importante, desde la catequesis. Según Francisco, se trata de promover un «discernimiento profundo y cuidadoso», que permita desenmascarar la «lógica de la serpiente» que produce un fenómeno como las fake news. Formar para la información y concientizar para la comunicación significan ayudar a las personas a ser prudentes como las serpientes y astutas como las palomas en medio de posibles «lobos» mediáticos. Estos dos procesos, a su vez, involucra tres saberes: saber elegir, saber leer y saber escribir.
Saber elegir es un principio fundamental cuando estamos inmersos en una avalancha de informaciones. Es imposible dar cuenta -por razones de tiempo y de espacio vital- de todos los datos que tenemos a disposición y de todo lo que recibimos continuamente a través de textos, audios, fotos, videos. Hay mucho «joio» mezclado en la información que recibimos y en las fuentes de noticias a las que recurrimos. Por eso, es importante preguntarse: ¿dónde busco y encuentro informaciones? ¿A quién doy oído? ¿Cuáles son mis fuentes? ¿Cuál es su credibilidad y reputación? De ahí la necesidad de investigar, separar, seleccionar, decidir con conciencia; en suma, discernir. Y el Papa Francisco afirma que el criterio para discernir la verdad es «examinar aquello que favorece la comunión y promueve el bien y aquello que, en cambio, tiende a aislar, dividir y contraponer». Es decir, «reconocer el mal que se insinúa en una comunicación que no crea comunión.»
Leer, a su vez, no se refiere sólo a saber descifrar las letras de las palabras de un texto. Leer no es sólo «saberse» de algo, como si fuera un gesto pasivo. No es sólo «aprender» algo nuevo, sino aprehender y comprender. Por eso, incluso quien es analfabeto puede saber «leer» el mundo. Leer es interpretar la realidad. Es desvelar la información, removiendo los «velos» de los intereses en juego. Exige una reflexión curiosa y crítica sobre lo que se dice y se muestra. Es ir más allá del titular. Todo texto (escrito, en sonidos o en imágenes) no es propiedad exclusiva de su autor, pero es reescrito y reconstruido por su lector, a partir de su visión de mundo, su cultura, sus valores, su realidad local. En su mensaje, Francisco destaca la necesidad de «aprehender cómo leer y evaluar el contexto comunicativo». Al elegir una fuente de información, hay que ir más allá de los contenidos presentes en sus textos, audios, fotos, videos. ¿Qué y quién están involucrados en lo que estoy leyendo, viendo, oyendo? ¿Qué fuentes son citadas? ¿Está bien escrito? Los datos son de confianza? ¿Es novedad o noticia «recalentada»? ¿Qué valores cristianos defiende esta noticia, hiere o ignora?
Por fin, saber escribir no se refiere sólo a ordenar y organizar letras en palabras, y palabras en textos. Escribir significa «inscribirse» en lo que se está leyendo, oído, visto. Es decir, comprometerse con la realidad noticiada, ir más allá del mero «informarse». Y, sobre todo, no ser un «divulgador inconsciente de desinformación», como afirma el Papa. Ante una información recibida, ¿qué respuesta parece apropiada a la luz de la fe cristiana? ¿Debo comentar algo al respecto? ¿Debo compartirla? ¿Con quién? ¿Por qué? Y, más importante, ¿cómo puedo «reescribir», concretamente, con mis palabras y acciones, la realidad noticia o los hechos informados? Para ello, según el Papa, es necesario, antes, «sacar el veneno de nuestros juicios» y «hablar de los demás como de hermanos y hermanas», para que «nuestras palabras sean semillas de bien para el mundo».
“Decir la palabra verdadera es transformar el mundo «, afirmaba el pedagogo Paulo Freire. De ahí la gran responsabilidad de los cristianos y cristianas en el mundo de la comunicación, para saber qué decir y qué callar, cómo decir y cómo callar, cuándo decir y cuándo callar.
* Moisés Sbardelotto, Doutor en Ciencias de la Comunicación, miembro de SIGNIS Brasil. Artículo publicado originalmente en el sitio web de la FASBAM