Hablando la gente se entiende. La sabiduría popular hizo de esta sentencia una realidad. Este proverbio lo creíamos y poníamos en práctica. Cuántos conflictos que pudieron terminar en tragedias, concluyeron felizmente por el uso de la palabra oportuna, llena de paz, perdón y comprensión. Así los desencuentros interpersonales nunca eran sinónimos de muerte.

Pero los tiempos han cambiado, y hoy, con pesar debemos admitirlo, ante cualquier discusión entre choferes y conductores por un simple choque de sus vehículos, blanden sus armas, dejando como resultado pérdidas de vidas. También la disputa por un parqueo, en un supermercado, residencial, o lugar de diversiones tiene un final fatal. Se ha per­dido la cordura. Parece que la ley de la selva rige la conducta de muchas personas.

En cada una de estas escenas está el arma de fuego, que se convierte en detonante de luto. Después del hecho consumado viene el arrepentimiento por la acción cometida al quitarle la vida a un ser humano por una simple divergencia, pero ya es tarde; y todo porque en ese instante los que discutían portaban una pistola, o revólver y enterraron la palabra, dándole paso a la violencia salvaje contenida en una bala.

Tenemos que admitirlo, la proliferación de armas de fuego en manos de civiles es una de las principales causas de muertes que padecemos. Los datos no mienten, y nos presentan que el 63% de las muertes violentas ocurridas en el país son ejecutadas con estas armas, en manos de personas no aptas para portarlas.

Es lamentable que frente a la inseguridad ciudadana que sufrimos, la gente piense que armándose estará más protegida, cuando estudios realizados demuestran que la persona que anda con un arma de fuego es más proclive a ser asaltada, porque los delincuentes se la quitan para venderla, o para seguir cometiendo otros delitos.

La petición del jefe de la Policía Nacional, mayor general Manuel Castro Castillo, para que se modifique la Ley 36 que autoriza y regula la tenencia y porte de arma de fuego es ­interesante, porque ayudaría a reducir los homicidios, pero faltan otras medidas de ­protección a la población para que los ciudadanos y ciudadanas no sientan el temor, cada vez más generalizado, de que andar por nuestras calles es un peligro permanente, porque los delincuentes se han adueñado de ellas.

Para terminar con este infierno tenemos que trabajar por una cultura de paz a todos los niveles, recordando siempre que si queremos vivir en paz tenemos que trabajar por la justicia.