El Decreto 3 de la Congregación General 35 nos recordó que somos por vocación enviados a las fronteras geográficas y existenciales. El Papa Francisco nos ha insistido que estamos llamados a hacernos presentes en las periferias del mundo contemporáneo. Y con la encíclica Laudato Si nos presenta el reto ecológico como una frontera evangélica.

Muchas Provincias así lo han comprendido al formular postulados referidos a la ecología. Será uno de los temas presentes en las discusiones de la Congregación.

Cada vez más nuestra conciencia de ser creaturas, principio y fundamento de nuestra identidad, nos lleva a vernos situados en un mundo creado y puesto bajo nuestro cuidado. Y la experiencia de los Ejercicios Espirituales nos conduce a “en todo amar y servir” desde la contemplación de la creación para alcanzar amor. Una mirada que nos revela la creación como espacio donde Dios trabaja para nosotros y se nos comunica en la dinámica del amor. Una vivencia que nos convierte en contemplativos en la acción apostólica. A aprender a contemplar el mundo como expresión del amor gratuito de Dios.

Esto debe traducirse en un hábito contemplativo que marca nuestra acción y vida toda. La dimensión contemplativa debe traducirse en prácticas ecológicas sustentables en nuestra vida personal, comunitaria y misionera. Nuestras obras, nuestra vida comunitaria y nuestra vida personal deben cambiar a la luz de esta nueva mirada.

Nuestra vida espiritual se siente estimulada por la contemplación de la naturaleza que nos introduce en el diálogo agradecido con el Señor. Lo que nos cuentan de Ignacio diciendo a las flores del jardín: callen, que ya sé de qué me hablan. Esta contemplación que nos lleva a admirarnos de la belleza y diversidad presente en la naturaleza que nos crea la actitud de cuidado.

Este cuidado nos ha de llevar a la preocupación por nuestra acción personal, comunitaria e institucional con relación a la biodiversidad y cuidado de la creación en los pequeños y grandes compromisos:

No derrochar ni contaminar el agua.
Clasificación de la basura para su mejor manejo.
Combate a la cultura del descarte evitando el consumismo, el uso de plásticos contaminantes, de papel innecesario, de productos tóxicos.
La cultura del ahorro de energía eléctrica y de gases contaminantes producto del excesivo uso de transporte antiecológico.
La construcción ecológicamente amigable.
La preservación de espacios ecológicos, como bosques, parques, santuarios para pájaros o vida marina.
La preocupación por disminuir el derroche de alimentos o el consumo que tiende a disminuir la biodiversidad, o los bosques.
Son pequeños signos de que hemos integrado una actitud que se manifiesta en acciones concretas, en políticas comunitarias e institucionales, en presencia de esta inquietud en el discurso evangelizador y pedagógico, en las acciones de incidencia ante los constructores de políticas públicas.

Pero también debe expresarse en nuestro apoyo público y militante a los grandes temas ecológicos, como la preocupación por el ecosistema Panamazónico con nuestra divulgación del interés por preservarlo, el apoyo a las campañas para su defensa, y la contribución a fortalecer el Proyecto que se dedica a su cuidado.

La ecología no es un tema para especialistas. Es una dimensión de nuestra vida espiritual, de nuestra práctica cotidiana, de nuestro discurso y nuestra acción institucional y política.

Jorge Cela, SJ