La historia de Simón de Cirene cambió porque estaba en el lugar preciso en el momento preciso. Si ese día hubiera escogido otro camino o se hubiera retrasado unos minutos no se habría cruzado con Jesús, no hubiera sido el que le ayudó a cargar la cruz. Él no buscaba a Jesús, ni Jesús le salió al encuentro. Se encontraron por azar.

Cuántas cosas en nuestra vida han sucedido a “lo Simón de Cirene”. Quizá alguna de ellas nos cambió la vida. Porque estábamos en el lugar preciso en el momento preciso.
Pienso que nuestra Congregación General 36 ocurre a lo Cireneo. Nos encuentra en este momento de la historia, en las encrucijadas de este mundo global y se convierte para nosotros en una oportunidad.
Nos encuentra en las fronteras de la pobreza y la exclusión, del apostolado intelectual, de los retos interculturales e interreligiosos de un mundo que cambia rápidamente su cultura y sus lenguajes por la irrupción de la tecnología. Acontece en el momento preciso en que el Papa Francisco zarandea la Iglesia con el llamado a la Misericordia.
No podemos perdernos este paso de Jesús por la vida de la Compañía por estar revisando los archivos y rituales que nos repiten las tareas intrascendentes que nos distraen de la misión.
Tenemos que caminar hacia la Congregación con el estilo espiritual que inauguró Jesús: desde la mirada a la realidad que nos interpela, espiritualidad de los ojos abiertos, que se interioriza en la profundidad de nuestro pozo interior, espiritualidad de los ojos cerrados. Desde una dinámica espiritual, no del hombre que se eleva a Dios, sino del Dios que se abaja hasta encarnarse entre nosotros y hacerse compañero de camino. Desde el sacerdocio que consagra la realidad, en esa Misa sobre el mundo que inspiró a Teilhard de Chardin, que convierte el pan en alimento del hambriento y el agua en el vino de la fiesta del Reino, cuidando de la Creación y construyendo la fraternidad.
Tenemos que dejar al Espíritu soplar sorpresivo y transformar los caminos trillados en la aventura del seguimiento de Jesús para ir a pescar en otras aguas. Y que esta misión redescubierta sea la que renueve nuestros planes apostólicos y nuestras comunidades, la que nos libere de ataduras institucionales hacia la libertad de la caballería ligera que se hace presente en las fronteras que retan a la Iglesia.
Que este tiempo de preparación nos lleve a una oración que nos abra a la indiferencia ignaciana, a la audacia del riesgo apostólico, al discernimiento comunitario en la búsqueda del Jesús que pasa por nuestra historia en este preciso lugar y momento. A nacer de nuevo si fuera necesario.

P. Jorge Cela SJ
Presidente de la CPAL
Lima, 29 de febrero de 2016