Lima, 31 de octubre de 2013

Quizá muchos de ustedes han visto ya el video. Un músico vestido de gala comienza a tocar su contrabajo en una plaza de Sabadell. Una niña se acerca, fascinada por la música, y deja caer una moneda en el sombrero colocado frente al músico. De pronto comienzan a aparecer, desde todos los rincones, hombres y mujeres con sus instrumentos de cuerda y viento. La plaza se puebla de sonidos y la gente rodea a los músicos. Sobre todo niños y niñas que ríen, bailan, se sientan a contemplar o se trepan para mirar sobre los adultos agolpados.

Una hermosa sinfonía, las notas del Himno de la Alegría, llena la plaza. Se unen las voces de un coro. Y termina con un conmovedor aplauso lleno de sonrisas. Me impresionaron sobre todo las sonrisas de los músicos.

Me di cuenta que estaba emocionado. Y caí en la cuenta que el video era una hermosa parábola de nuestro proyecto apostólico común (PAC).

Es un intento de salir a la plaza y llenarla del anuncio de una gran alegría. Para todos, sin exclusión: negros, blancos, orientales… Grandes, pequeños; hombres, mujeres… Nadie pidió papeles de identidad, ni cobró la entrada. La música era para todos.

La orquesta, el coro, tenían una armonía perfecta, natural, que parecía improvisada, totalmente informal. Pero que era el fruto de un esfuerzo continuado y focalizado.

No era para los privilegiados que accedían al teatro o la iglesia. La música había salido a la plaza a buscar a todos. Como nos invita el Papa Francisco a hacer nosotros. Los músicos, el coro, los espectadores, se habían hecho un solo cuerpo encandilado por aquella música.

El mejor comentario es el de un señor que deja escapar un ¡guao!

Hace casi cuarenta años fui testigo de algo similar. La Orquesta Sinfónica de Santo Domingo decidió dar conciertos en los barrios. Los vi actuar en un club juvenil barrial. La entrada era gratuita. Al frente, rodeando el escenario, un grupo de niños se movían buscando acercarse a los instrumentos que sonaban. De las cuerdas a los de viento, a la percusión. Algunos todavía con su caja de limpiar zapatos en la mano.

Si fuéramos una orquesta que inunda las plazas con la música que nos hace unirnos, cantar, sonreír…

Si dejáramos como legado a nuestros jóvenes este estilo de salir al encuentro del otro; de inclusión de todos en la plaza abierta; de trabajo en equipo, tan armónico que parece una sola voz; de cantar la alegría de la resurrección…

¡Guao!

Jorge Cela, S.J.

Presidente