Editorial Domingo 12 de Abril.-La escena es desgarradora. Cada día crece el número de ancianos que deambulan por nuestras calles en busca de una limosna. Es triste contemplar el abandono a que son sometidos por sus familiares y el Estado. Estos seres queridos, que en otras culturas son respetados y amados, reflejan en sus rostros la amargura de ver trans­currir sus días en una angustia cotidiana.

La situación que sufren se empeora cuando les llega una enfermedad. Están desprotegidos hasta el extremo. “Sólo el 50% de nuestros mayores tienen la tarjeta del Seguro Nacional de Salud (SENASA) pero les sirve para nada, porque no les facilitan los medicamentos necesarios ni aun estando ingresados en un hospital”. Así lo expresó la geriatra Rosy Pereyra, Presidenta de REDVEJEZ, al conmemorarse el pasado 7 de abril el Día Internacional de la Salud. Pero el drama es peor para aquellos que están fuera de esta cobertura, y padecen de enfermedades catastróficas. Es un verdadero calvario.

Cuando en un país los envejecientes pasan por esta calamidad estamos frente al signo más visible del grado de deshumanización a que está llegando esa sociedad. Llegó el momento de brindarles a nuestros viejitos días más esperanzadores. Revisar las pensiones indignantes que reciben aquellos que entregaron sus mejores años produciendo con su trabajo las riquezas que otros disfrutan. A los pensionados el cheque que reciben ni siquiera les alcanza para mal nutrirse. Qué contraste tan vergonzoso y provocador frente a las altas pensiones y salarios que reciben algunos funcionarios que han hecho del erario una piñata.

Señores del Gobierno, ya es tiempo de crear políticas públicas que permitan a estos hermanos nuestros en el ocaso de su existencia tener días felices. Llegó la hora de brindarles un mayor apoyo a los hospicios y casas en donde los atienden, ya que muchas veces los responsables de asumir este noble trabajo, en su mayoría religiosas, pasan por la amargura de tener que administrar tantas precariedades y pobreza para ofrecerles una mejor calidad de vida.

La dignidad de los envejecientes tiene que ser rescatada. Seguir mirándolos en nuestras calles con una actitud de indiferencia debería llenarnos de vergüenza. Lamentablemente, somos un país de escandalosas desigualdades sociales. Un día tendrá que ser diferente.

CAMINO al servicio de la verdad y la vida