Estamos en la 5ª semana del Tiempo Ordinario y la Liturgia nos invita a fiamos de Jesús, de su Palabra, para que su fuerza y vitalidad transformen nuestras vidas y para que nuestra misión sea fecunda.

La gente se ha agolpado en torno a Jesús para oírlo. Es casi imposible hablar y el Señor busca un lugar estratégico para hacerse oír. En la orilla del Lago están los pescadores lavando las redes, tras una noche de pesca sin frutos. Jesús se subió a la barca de Simón (Pedro), le pidió que la alejara un poco de tierra, y empezó a enseñar a la multitud.

Para la realización de su Misión, el Señor necesita de nuestras barcas, de nuestras cosas y de nosotros mismos. Toda su misión la va a desarrollar con la ayuda de la gente. Su plan no será el suyo, sino el del grupo, el equipo. En esto radica un aspecto bien importante para toda organización, y cuánto más para la Iglesia. El Señor no prescinde de nadie, por fracasado que esté, al contrario, sabe muy bien que en la medida en que reconozca los talentos de la gente, sus valores, promoviendo una relación de confianza plena y apoyo mutuo, logrará la unión de corazones y, sobre todo, logrará una mayor fecundidad.

A los pescadores que se han afanado toda la noche sin conseguir nada, les dirá Jesús que lleven la barca mar adentro y echen allí las redes para pescar. Pero antes de intentarlo de nuevo, advierte Simón, que sólo lo hacen porque fían de Él. Estos pescadores parecen estar realizando una apuesta como si estuvieran terminando la vida. Y es que son realistas, porque no quedan ya muchas fuerzas como para arriesgarse a un nuevo fracaso. Pero para la fe no basta el realismo. Hace falta apostar y arriesgar.

Ante la pesca tan grande, Simón y los demás pescadores se quedaron asombrados y llenos de miedo. Simón solamente se atreve a manifestar su condición de fragilidad, diciendo: apártate de mí que soy un pecador. Pero Jesús los sorprende más aún. En lugar de rebajar el temor de Simón, le hace una super-propuesta. Lo convierte en pescador de hombres. Y no puede ser de otra manera, porque Jesús no necesita gente empequeñecida ante Él o admiradores, sino que busca animar a cada quien para que dé lo mejor que pueda con los propios talentos.

Muchas veces estamos remando sin salir de la orilla, de nuestras orillas. Podemos estar buscando donde nada podemos hallar por estar aferrados a criterios, convicciones o lugares. Y es cuando se hace urgente volver nuestra mirada y nuestro oído al Señor para que nos señale por dónde enrumbar nuestros esfuerzos. Cuando nos fiamos tan sólo un poco en su Palabra, el Señor se manifiesta espléndido. Pero eso sí, jamás nos suplantará. Siempre será necesario poner de nuestra parte y atrevernos a realizar los cambios necesarios.

Claramente que este evangelio trata sobre la llamada y el seguimiento. Pero también se refiere al modo como hemos de cuidar, tratar y animar a las personas de la organización o de la comunidad cristiana. Erraríamos si ponemos la institución o la organización por encima de las personas. Las organizaciones o instituciones no aman, sólo aman las personas. Por eso es de vital importancia la estima mutua entre quienes realizan juntos una misión, sin ocultar las limitaciones de cada uno y aprovechando las cualidades de cada quien para lograrla.

El Señor ha dicho a Simón: no temas; desde ahora serás pescador de hombres. Lo mismo nos dice a cada uno de nosotros. No temas equivale a decir: ten fe, fíate de verdad. Pero no una confianza que abriga seguridades, sino la apuesta que descoloca, que reubica en la dirección en la que el Señor nos señala.

A Simón y a sus compañeros les ha hecho Jesús una gran propuesta y se han arriesgado dejándolo todo para seguirlo. Son las grandes apuestas las que pueden transformar nuestras vidas, así como sacarnos de nuestros ensimismamientos, fracasos y hasta de nuestros pecados. Qué fecundas serían nuestras apuestas, si nos lanzáramos a realizarlas como si estuviéramos comenzando y no como si estuviéramos terminando la vida.

Podemos terminar con el texto siguiente:

Dime que Puedo Seguirte

Tú que miras más allá de mis entrañas y conoces lo que siento y lo que soy, Tú que llegas hasta el fondo de mi vida, dime que puedo seguirte, Señor.

Dime, que la alegría se apodera de mi vida, cuando tus ojos cicatrizan mi dolor. Que no hay espacio para un puño de mentiras. Que en mí hacen nido la esperanza y el amor. Dime, que nunca un ciego se ha perdido de tu rumbo. Que los cobardes no contagian mi valor. Que no recuerdas el sendero de mi huida. Que en mí hacen nido la esperanza y el amor.

Dime, que aún conservo la amistad que Tú me diste, como regalo para dar a los demás. Que se ha perdido el tiempo de las mezquindades. Que no me queda sino tiempo para dar. Dime, que has encontrado en mí unas ganas de ser libre. Que aún me esperas cuando yo digo que no. Que soy capaz de oír tu voz entre los pobres. Dime que puedo seguirte, Señor.

(Alex Salom SJ)
Publicada en 7 · feb · 2016

Homilía del domingo 7 de Febrero de 2016

5to. Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo “C”

Venezuela: Centro de Espiritualidad y Pastoral