La conciencia de “ser pecadores”, de estar en una condición de fragilidad y confusión, debe ser siempre muy viva en nosotros. Esta conciencia de nuestra pequeñez nos colocará siempre en la humildad, en la dependencia de Dios; una dependencia filial, amorosa, confiada. La sola conciencia de “tener pecados” no nos conduce necesariamente a esa dependencia. La humildad nos llevará a buscar la voluntad de Dios sobre nuestras vidas y a realizar esa voluntad, como lo hizo Jesús. La humildad nos llevará también a una continua acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho y hace por nosotros, y, consiguientemente, a preguntarnos “¿qué debo hacer por Dios?” La misión será siempre una respuesta de gratitud a Dios.

El “tener pecados”, es decir, nuestras faltas cotidianas de amor, es algo que debe ser combatido. Con la gracia de la redención podemos vencer el pecado con la ayuda del Espíritu Santo: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. El Espíritu Santo es la Persona Divina que internaliza en nosotros el amor, la caridad. Con su ayuda podemos vencer en mucho al pecado. Sin embargo, nunca obtendremos un resultado de cien por ciento.

Mientras estemos en esta peregrinación terrestre experimentaremos una oscilación entre estados interiores de consolación y desolación espiritual. Como Jesús, a veces estaremos en el Tabor, en la plenitud de la luz; a veces estaremos en el Huerto de los Olivos, en la oscuridad. Para San Ignacio tanto la consolación como la desolación son lecciones que Dios nos da; es decir, Dios nos está enseñando y educando, y siempre tenemos algo que aprender de ambas experiencias. En la consolación aprendemos mucho sobre Dios y en la desolación aprendemos sobre nosotros mismos. La desolación nos recuerda siempre nuestra fragilidad, nuestro “ser pecador” y nos mantiene en la humildad.

Es necesario mantenernos siempre en contacto y convivir con nuestro lado frágil, con nuestro “ser pecador” porque, aunque no lo parezca, ahí reside nuestra fortaleza. “Cuando me siento débil es cuando soy más fuerte”, se atreve a decir San Pablo, porque entonces es la fuerza de Cristo la que habita en mí…

“Ter pecados e ser pecador”, José Antonio Netto de Oliveira SJ, ITAICI – Revista de Espiritualidade Inaciana, n. 89 (Outubro/2012), págs. 65-80. PARA LEER EL ARTICULO ENTRE AQUI